una desterrada más de la muerte

miércoles


Y es que tratando de psicoanalizarme un poco puedo llegar a mi brillante deducción de que lo que más me asusta de la vida es que uno tarde o temprano debe crecer. Tan sólo debo recordar las ganas locas que tuve durante toda mi adolescencia de ser una pequeña de no más de dos o tres años, tiempo en el que podía decir que era relativamente feliz, sentía que pertenecía a mi familia, que éramos sólidos, que mi padre y mi madre se querían, que mis hermanos eran lo máximo y que yo era alguien a quien protegían de verdad, no sólo la perfecta, pero en el fondo pútrida fachada que se ofrece a los vecinos, me habría gustado no haber descubierto tanta mierda tan rápido y de manera tan brusca. Y no sé que tiene que ver todo esto ahora, simplemente quería llegar al punto de lo dolorosamente incomodo que me resulta el tener que crecer, darme cuenta que realmente en sentido emocional soy una niña que no busca más que esconderse bajo las sabanas y suspirar por un futuro llamado nada y no llegar al día en que tenga que decidir algo porque la vida en verdad me asusta como no lo hace la muerte.
No sé que pasó conmigo, en que momento se perdió la conexión, en que etapa me quedé, donde estoy, hacia donde rema mi destino, que busco, que hago aquí. Porque yo sigo aquí viviendo. Me pierdo en el maldito crucigrama de mi cabeza y no encuentro las respuestas a mis preguntas y tampoco las deseo, simplemente quiero volar y perderme en una flor pasajera del viento y correr entre mis cabellos y sentirme de pluma e imbuirme en mi surrealista mundo para siempre...
No me agrada la idea de sentir que nací en agonía, con un corazón enfermo terminal y sin delirio que lo salve del abismo, que hacer ante tanto espasmo en mi espejo de cristal nevado por mis lágrimas. Como sanar la herida que tengo sin antes saber que fue lo que realmente provoco esta tristeza crónica que trato de ocultar tan fielmente tras la eterna escandalosa risa de mis labios que no logra convencer a Pin pin. Que hacer con mis tres caras de monstruo avergonzado de su estampa, como derramar la miel que se desfasó de mi recuerdo endeble, como no despreciar las rosas de mi cuerpo escasamente abrazado por mí desde hace tiempo...
¡Dios! Que hacer ante tanta locura que brota de mis dedos, como sofoco este espíritu atolondrado de la mejor forma posible. Como puedo vivir sin sentirme enllagecida y etéreamente congelada. Como puedo volar sin sentir que voy a caer en la peor de las soledades, como puedo volar sin desear luego caer precisamente en esa soledad que me tortura, que odio, que amo, que me oscurece y me silencia y que aún así busco entre mis sueños diurnos abrazada a la almohada de algodón de mis alas deformes que no me han servido hasta el momento por haber conservado su disfuncional forma...
¡Dios!, no lo sé...