una desterrada más de la muerte

viernes


Iba caminando en sentido del reloj, y silenciosamente pensando en que no sobreviviría sin ti. Te habías alejado treinta minutos atrás, y tu voz sospechosamente anunciaba un abismo donde no tendría de ti jamás en lo que quedara de mí. De tanto pensar comenzó a doler por fuera tanto como dolía por dentro el sentirte tan lejos. No sé, cada vez sentía más aquella desagradable sensación de no volverte a ver. Mis pasos se fueron haciendo pesados y, lo confieso, me sentí mareado por unos instantes, todo fue raro. Me senté en una cuneta y decidí esperar algo, sabía que nada llegaría, estaba solo. Sólo, recordándote marchar y viendo en una imagen mental tu sonrisa y tu voz asegurando que nos veríamos mañana.

Y yo sentado allí, mirando los autos pasar, sintiendo el viento en mis brazos desnudos de los tuyos, mirando el polvo impregnar mis viejas zapatillas, preguntándome porque hasta aquel entonces nunca te había confesado aquel amor que empecé a sentir por ti, y que creciendo como marea inquieta se apoderó de mí, porque razón decidí callarlo como secreto de confesión, si realmente lo único que quería era rodear tu cintura y gritar este amor hasta perder la voz de tanto amar... la respuesta era tan sencilla como la certeza de que tú no me querrías así no fuese como amigo...

Diez congelados minutos en aquella cuneta, y sentir las primeras gotas de una fina lluvia que comenzaba a bañar la ciudad, no sirvieron para calmar el fuego de mi interior, y mientras esta sensación quemaba por dentro, el clima dañaba por fuera.

El tiempo avanzaba con lenta rapidez y los árboles nuevamente comenzaban a entonar sus incoherentes canciones de burla, me levanté y miré aquellas nubes que cubrían un deteriorado cielo de primavera, amenazando arrasar con todo ante cualquier clase de altanería humana, no me intimidó, pero quería llegar a mi casa y dejar de pensar, y seguir allí no me ayudaría.

Me alejé, esta vez no sólo empapado de lluvia, sino también de lágrimas, con cada paso que doy siento perderte más, sólo quiero llegar a mí casa y llamarte, no puedo esperar. Quiero saber que estás bien, y saber que mañana podré abrazarte como cada día, y sentir las alas que me da el amarte en silencio, aquellas alas que me hacen despegar y también sufrir con este vuelo...

Por fin llego a mi casa, el teléfono está desocupado, no debo buscar tu número, pues lo sé de memoria, a pesar de que son pocas las veces que te he llamado. Mi madre me aborda antes de llamar...
- Te han llamado por teléfono, la mamá de una de tus amigas... dijo que era urgente.
- ¡¿ la mamá?!...

Mi madre no alcanzó a decir el nombre de ella, pero sin pensar, mis temblorosos dedos discaron el número de celular de su madre. Un oscuro presentimiento se apodera de mí, el presentimiento de no volver a verla, tal como los oscuros pensamientos de mi caminata. Su madre me contesta, está llorando, aún así reconoce mi voz, con dificultad distingo sus palabras...
- ¿ cómo?, que ella habló de mí antes de... ahora es tarde... ¡¿ un accidente?!...

Mis labios están mudos... el auricular cuelga como péndulo desde el aparato telefónico...


Stgo. 17 de noviembre de 2005.

Polichinela E.A.